Oct. 2018
Un poco de historia: En la primera época de la producción industrial de artículos, no sólo se comercializaban productos completamente nuevos, sino que los antiguos — e incluso los artículos básicos de consumo— empezaron a aparecer con formas sorprendentemente nuevas. Lo que diferenció los primeros intentos de imponer marcas de la comercialización corriente fue el
hecho de que el mercado se vio inundado con productos fabricados en
masa y casi idénticos entre sí. En la era de las máquinas, la competencia
por medio de las marcas llegó a ser una necesidad: en un contexto
de identidad de producción, era preciso fabricar tanto los productos
como su diferencia según la marca. Así fue que el papel de la publicidad cambió, y dejó de consistir en boletines informativos sobre los productos para pasar a construir una imagen relacionada con la versión de los productos que se fabricaban bajo una marca determinada. La primera tarea de la creación
de marcas consistía en encontrar nombres adecuados para artículos
genéricos como el azúcar, la harina, el jabón y los cereales, que antes
los tenderos sacaban simplemente de sus barriles. En la década de
1880 se impusieron logos empresariales a artículos de producción
masiva, como la sopa Campbell, los encurtidos H. J. Heinz y los cereales
Quaker Oates. Como señalan los historiadores y teóricos del diseño
Ellen Lupton y J. Abbott Miller, los logos fueron creados para
evocar las ideas de familiaridad y de popularidad, tratando de compensar
así la novedad perturbadora de los artículos envasados. «Las
figuras conocidas como el Dr. Brown, el tío Ben, la tía Jemima y el
Abuelito fueron inventados para reemplazar al tendero, que tradicionalmente
era el responsable de pesar los géneros al por mayor a pedido
de cada cliente y de elogiar los productos. Un lenguaje nacional de
marcas reemplazó al comerciante local como vínculo entre el consumidor
y los productos». Del libro NO LOGO de Naomi Klein
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